Los Conservadores en los Alimentos

Para conservar los alimentos de manera que tengan mayor duración desde su producción y comercialización hasta su consumo, se les puede pasteurizar, congelar, refrigerar, secar, salar, escarchar o acidular.
Existen también conservantes químicos que son introducidos en la comida envasada. La elección del método de conservación se decide de acuerdo con las variables que presente el alimento: la conservabilidad, el modo de producción, trasporte, almacenamiento, entre otros, son los factores que determinarán el que se añada un elemento químico a un alimento.
Sin embargo, la posible toxicidad de un conservante no es el criterio decisivo para añadirlo a un determinado alimento, sino algo de importancia secundaria o terciaria en el momento de la decisión comercial, siempre y cuando el elemento no esté prohibido o sea claramente cancerígeno.

¿Por qué conservamos los alimentos?
La conservación se define generalmente como el método empleado para preservar un estado existente o para prevenir posibles daños debidos a la acción de agentes químicos (oxidación), físicos (temperatura y luz) o biológicos (microorganismos).
La conservación de los productos alimenticios ha permitido al hombre disponer de alimentos desde una cosecha hasta la siguiente. Por lo tanto, la función principal de la conservación es retrasar el deterioro de los alimentos y prevenir alteraciones de su sabor o, en algunos casos, de su aspecto.
Este objetivo puede lograrse de distintas formas, gracias a procesos de tratamiento como el enlatado, la deshidratación (secado), el ahumado, la congelación, el envasado y el uso de aditivos alimentarios como antioxidantes o conservantes.
Los conservantes se usan principalmente para producir alimentos más seguros para el consumidor, previniendo la acción de agentes biológicos.
Para el consumidor, la mayor amenaza procede del deterioro o incluso toxicidad de los alimentos, debido a la acción nociva de microorganismos en su interior (por ejemplo, bacterias, levaduras o moho). Algunos de estos organismos segregan sustancias tóxicas (“toxinas”), peligrosas para la salud humana y que pueden llegar a ser mortales.

¿Cómo se conservan los alimentos y qué sustancias se usan?
Para retrasar el deterioro de los alimentos debido a la acción de microorganismos, se emplean sustancias antimicrobianas para inhibir, retardar o prevenir el desarrollo y la proliferación de bacterias, levaduras y moho. Los compuestos sulfatados, como los sulfitos (E221-228), se usan para evitar la aparición de bacterias, por ejemplo, en el vino, la fruta desecada y las verduras en vinagre o en salmuera.
El ácido sórbico (E300) tiene varias aplicaciones, entre ellas, la conservación de productos a base de patata, el queso y la mermelada. Los nitratos y los nitritos (E249-252) constituyen otro grupo de sustancias de gran utilidad. Se utilizan como aditivos en productos cárnicos, como los embutidos y el jamón, con el fin de protegerlos de las bacterias que causan el botulismo (Clostridium botulinum); contribuyendo así significativamente a la seguridad alimentaria.
El ácido benzoico y sus sales de calcio, sodio y potasio (E210-213) se emplean como agentes antibacterianos y antifúngicos en productos como los pepinillos en vinagre, las mermeladas y gelatinas bajas en azúcar, los aliños y los condimentos.

Donde se Emplean los Conservantes
Se sabe con certeza que más del 20% de todos los alimentos producidos en el mundo se pierden por acción de los microorganismos y, por otra parte, estos alimentos alterados pueden resultar muy perjudiciales para la salud del consumidor, por lo tanto el primer empleo es el de evitar el deterioro. Los alimentos en mal estado pueden llegar a ser extremadamente venenosos y perjudiciales para la salud de los consumidores, un ejemplo de esto es la toxina botulínica generada por una bacteria la Clostridium botulinum que se encuentra presente en las conservas mal esterilizadas, embutidos así como en otros productos envasados, esta sustancia se trata de una de las más venenosas que se conocen (miles de veces más tóxica que el cianuro en una misma dosis).

Métodos inhibidores de las Bacterias
Existen algunos métodos que actúan como inhibidores de las bacterias tales son el calentamiento, deshidratación, irradiación o congelación. Se puede aplicar métodos químicos que causen la extinción por muerte de los microorganismos o que al menos elimine la posibilidad de su reproducción.
En una gran mayoría de alimentos existen los conservantes de forma natural, por ejemplo muchas frutas que contienen ácidos orgánicos tales como el ácido benzoico o el ácido cítrico. Por ejemplo la relativa estabilidad de los yogures al compararlo con la leche se debe sólo al ácido láctico elaborado durante su fermentación. Algunos alimentos tales como los ajos, cebollas y la mayoría de las especias contienen potentes agentes antimicrobianos, o precursores que se transforman en ellos al triturarlos.

El Tipo de conservador y su efecto sobre la salud del consumidor
Código
Procedencia del aditivo y productos en que aparece
Efectos conocidos sobre la salud
E 214 Para-hidroxibenzoato de etilo.
Se encuentran en mayonesas, salsas preparadas, dressings de carnes, conservas de pescado y mariscos, mostaza, mazapanes, papas y verduras, repostería base para platos preparados.
En cantidades mínimas alteran los sabores propios de los alimentos. Además son las sustancias que más alergias producen en comparación con otros aditivos.
E 219 Derivado sódico del éster metílico del ácido parahidroxibenzoico.
E220 Anhidrido sulfuroso o dióxido de azufre
El azuframiento, en cantidades inferiores a 50 mg./kg. No debe declararse en la etiqueta. Así, los siguientes alimentos pueden contenerlo: jugo de limón o naranja, mermeladas, vinagres, encurtidos y productos de pastelería. En cantidades de hasta 2.000 mg./kg. Debe declarase su adicción. Así lo contienen las frutas escarchadas, las frutas secas, gelatinas puré de papas, sopas preparadas, compotas, etc. En el vino no existe obligación de delcarar el SO2 en las etiquetas. En las cervezas suele existir hasta 10 mg./l. de SO2 debido al extracto de lúpulo que contienen, ya que el mismo es tratado con SO2.
La dosis máxima ingerible, según la legislación actual, del E220 y sus derivados es de 0.7 mg. por kg. de peso. Para los expertos críticos estos límites son demasiado altos, ya que un niño de 6 años puede superar la dosis al comer solo 10 mg. de fruta seca (orejones por ejemplo). El impacto sobre la salud, del E220 y sus derivados es muy negativo. La vitamina B1 es aniquilada y se ha probado que el SO2 tiene una acción mutante sobre cultivos de células de mamíferos. Se sospecha su acción cancerígena.
E221 Sulfito sódico
E222 Sulfíto ácido de sodio
E223 Disulfito sódico, metabisulfito sódico o pirosulfito sódico.
E224 Disulfito potásico metabisulfito potásico o pirosulfito potásico
E226 Sulfíto Cálcico
E227 Sulfíto ácido de calcio
E236 Ácido fórmico
Se encuentran en productos elaborados con pescado y en jugos industriales (cremogenados) que luego se usan para preparar néctares y jugos; también se hallan en golosinas y encurtidos.
Su posible toxicidad no ha sido suficientemente estudiada. Se sospecha que el ácido fórmico sea tóxico, por lo que esta prohibido en varios países, sin embargo para la C.E.E. es válido.
E237 Formiato sódico
E238 Formiato cálcico
E250 Nitrito sódico
Empleados esencialmente para conservar y salar jamones, salchichas, morcillas, quesos, conservas de pescado ( anchoas, arenques) y otros embutidos.
En el organismo el nitrato pasa frecuentemente a nitrito, y éste puede combinarse fácilmente con sustancias de los alimentos y generar las peligrosas nitrosaminas cancerígenas. Los nitritos pueden desencadenar alergias. En lactantes puede bloquear el transporte de oxigeno produciendo cianosis.
E251 Nitrato sódico
E252 Nitrato Potásico
E280 Ácido propiónico
Se encuentra básicamente en el pan y la repostería envasada, tartas, pasteles, y galletas.
En principio son eliminados por el cuerpo como los ácidos grasos comunes, pero las ratas alimentadas con elevadas dosis desarrollaron tumores.
E281 Propionato sódico
E282 Propionato cálcico
E283 Propion, potásico
Natamicina
Antibiótico añadido a la superficie de ciertos quesos.
Aunque no se ha prohibido el uso de antibióticos como conservantes, no es recomendable según científicos críticos.

Ejemplos de los conservadores más utilizados en la UE
Número E
Sustancia/clase
Alimentos en los que se usan
E 200-203
Ácido sórbico y sorbatos
Queso, vino, fruta desecada, compotas, acompañamientos, etc.
E 210-213
Ácido benzoico y benzoatos
Verduras en vinagre, mermeladas y gelatinas bajas en azúcar, frutas confitadas, semiconservas de pescado, salsas, etc.
E 220-228
Anhídrido sulfuroso y sulfitos
Fruta desecada, frutas en conserva, productos a base de patata, vino, etc
E 235
Natamicina
Tratamiento de la cubierta exterior del queso y los embutidos
E 249-252
Nitritos y nitratos
Embutidos, bacon, jamón, foie-gras, queso, arenques en vinagre, etc.

10 Aditivos Alimentarios para evitar


1. Los edulcorantes artificiales
Aspartamo, (E951), más popularmente conocidas como NutraSweet y Equal, a menudo se encuentran en los alimentos etiquetados como “dieta” o “sin azúcar”. El aspartamo se cree que es cancerígeno y es responsable de más informes de reacciones adversas que todos los demás alimentos y aditivos de alimentos combinados. El aspartamo no es tu amigo. El aspartamo es una neurotoxina y carcinógeno. Conocido a erosionar la inteligencia y afectar a memoria a corto plazo, los componentes de este edulcorante tóxicos puede dar lugar a una amplia variedad de enfermedades incluyendo tumores cerebrales, enfermedades como el linfoma, diabetes, esclerosis múltiple, la fatiga de Parkinson, el Alzheimer, la fibromialgia, y crónicas, trastornos emocionales como los ataques de depresión y ansiedad, mareos, dolores de cabeza, náuseas, confusión mental, migrañas y convulsiones.
El acesulfame-K, un edulcorante artificial relativamente nuevo se encuentran en productos para hornear, la goma y gelatina, no ha sido probado y se ha relacionado con tumores de riñón. Se encuentra en: refrescos de dieta o sin azúcar, Diet Coke, Coca-Cola Zero, gelatina (y más de gelatinas), postres, goma de mascar sin azúcar, mezclas para bebidas, productos para hornear, edulcorantes de mesa, cereales, breathmints, pudín, Kool-Aid, té helado, vitaminas masticables, pasta de dientes.
2. Maíz de alta fructosa de jarabe
De alta fructosa de jarabe de maíz (HFCS) es un edulcorante artificial altamente refinado que se ha convertido en la principal fuente de calorías en Estados Unidos. Se encuentra en alimentos casi todos procesados. Paquetes de JMAF en los kilos de más rápido que cualquier otro ingrediente, aumenta el colesterol LDL (“malo”), los niveles de colesterol, y contribuye al desarrollo de la diabetes y el daño a los tejidos, entre otros efectos nocivos. Se encuentra en: los alimentos más procesados, panes, dulces, con sabor a yogures, aderezos para ensaladas, verduras enlatadas, cereales.
3. Glutamato monosódico (MSG / E621)
MSG es un aminoácido utilizado como potenciador del sabor en sopas, aderezos para ensaladas, papas fritas, platos congelados y alimentos de muchos restaurantes. MSG se conoce como un excitotoxina, una sustancia que sobreexcita células hasta el punto de daño o la muerte. Los estudios demuestran que el consumo regular de MSG puede dar lugar a efectos secundarios adversos, que incluyen la depresión, desorientación, daño ocular, fatiga, dolores de cabeza, y la obesidad. MSG efectos de las vías neurológicas del cerebro y desactiva el “estoy lleno” la función que explica los efectos del aumento de peso. Se encuentra en: comida china (Síndrome de restaurante chino) muchos aperitivos, patatas fritas, galletas, condimentos, la mayoría de los productos de sopa Campbell, comidas congeladas, carnes frías.
4. Grasas trans
Las grasas trans se utilizan para mejorar y extender la vida útil de los alimentos y se encuentra entre las sustancias más peligrosas que usted puede consumir. Se encuentra en alimentos fritos rápidos y algunos alimentos procesados a base de margarina o aceites vegetales parcialmente hidrogenados, grasas trans se forman por un proceso llamado hidrogenación. Numerosos estudios demuestran que las grasas trans aumentan los niveles de colesterol LDL, mientras que disminuye el colesterol HDL (“colesterol bueno”), aumenta el riesgo de ataques cardíacos, enfermedades del corazón y accidentes cerebrovasculares, y contribuye al aumento de la inflamación, la diabetes y otros problemas de salud. Aceites y grasas están prohibidas en el mercado danés si contienen ácidos grasos trans superior al 2 por ciento, una medida que prohíbe efectivamente aceites parcialmente hidrogenados. Se encuentra en: margarina, papas fritas y galletas, productos de panadería, comidas rápidas.
5. Comunes de colorantes alimentarios
Los estudios demuestran que los colorantes artificiales que se encuentran en refrescos, zumos de frutas y aderezos para ensaladas, pueden contribuir a problemas de comportamiento en los niños y dar lugar a una reducción significativa en el coeficiente intelectual. Los estudios en animales han vinculado otros colorantes de alimentos para el cáncer. Cuidado con estos: Azul # 1 y # 2 Blue (E133) – prohibido en Noruega, Finlandia y Francia. Puede causar daño en los cromosomas que se encuentra en: dulces, cereales, refrescos, bebidas deportivas y alimentos para mascotas. colorante rojo # 3 (también rojo # 40) (E124) – Prohibido en 1990 después de 8 años de debate por el uso en muchos alimentos y productos cosméticos. Este medio de contraste sigue siendo en el mercado de compras en línea! Ha sido demostrado que causa cáncer de la tiroides y el daño cromosómico en los animales de laboratorio, también pueden interferir con la transmisión nerviosa del cerebro. Se encuentra en: cóctel de frutas, cerezas al marrasquino, la mezcla de pastel de cereza, helado, dulces, productos de panadería y mucho más! Amarillo # 6 (E110) y amarillo tartrazina (E102) – prohibido en Noruega y Suecia. Aumenta el número de riñón y los tumores de la glándula suprarrenal en animales de laboratorio, puede causar daño cromosómico. Se encuentra en: queso americano, macarrones y queso, dulces y bebidas gaseosas, limonada y mucho más!
6. Sulfito de sodio (E221)
Conservante utilizado en la elaboración del vino y otros alimentos procesados. Según la FDA, aproximadamente uno de cada 100 personas es sensible a los sulfitos en los alimentos. La mayoría de estos individuos son asmáticos, lo que sugiere un vínculo entre el asma y los sulfitos. Las personas que son sensibles al sulfito pueden experimentar dolores de cabeza, problemas respiratorios y erupciones cutáneas. En los casos graves, a los sulfitos pueden causar la muerte por el cierre de la vía aérea por completo, dando lugar a un paro cardíaco. Se encuentra en: El vino y frutos secos.
7. El nitrato de sodio / nitrito de sodio
Nitrato de sodio (o nitrito de sodio) se usa como conservante, colorante y saborizante en tocino, jamón, perros calientes, embutidos, carne en conserva, el pescado ahumado y otras carnes procesadas. Este ingrediente, que suena inofensivo, es en realidad altamente cancerígeno, una vez que entra en el sistema digestivo humano. Allí, se forma una variedad de compuestos de nitrosamina que entrar en el torrente sanguíneo y causar estragos con un número de órganos internos: el hígado y el páncreas en particular. El nitrito de sodio es ampliamente considerado como un ingrediente tóxico, y el USDA en realidad trató de prohibir este aditivo en la década de 1970, pero fue vetado por los fabricantes de alimentos que se quejaron de que no tenía otra alternativa para la conservación de los productos envasados en carne. ¿Por qué la industria todavía se usa? Simple: este producto químico se le pasa a su vez las carnes de color rojo brillante. En realidad es un fijador de color, y hace años, las carnes muertas aparecen frescas y vibrantes. Se encuentra en: salchichas, tocino, jamón, fiambres, embutidos, carne en conserva, pescado ahumado o cualquier otro tipo de carne procesada.
8. BHA y BHT (E320)
Butilhidroxianisol (BHA) y hydrozyttoluene butilado (BHT) son conservantes que se encuentran en los cereales, goma de mascar, papas fritas, y los aceites vegetales. Este conservante común mantiene los alimentos de cambiar de color, cambiar el sabor o se vuelva rancio. Efectos del sistema neurológico del cerebro, altera el comportamiento y tiene potencial de causar cáncer. BHA y BHT son oxidantes que causan cáncer se forman compuestos reactivos en su cuerpo. Se encuentra en: papas fritas, chicles, cereales, salchichas congeladas, arroz enriquecido, manteca de cerdo, manteca, dulces, gelatinas.
9. Dióxido de azufre (E220)
Los aditivos son tóxicos y de azufre en los Estados Unidos de América, la Administración Federal de Drogas han prohibido su uso en frutas y verduras crudas. Las reacciones adversas incluyen: problemas bronquiales en particular en las zonas propensas al asma, hipotensión (presión arterial baja), rubor sensación de hormigueo o shock anafiláctico. También destruye las vitaminas B1 y E. No se recomienda su consumo por los niños. La Organización Internacional del Trabajo dice que para evitar el E220 si usted sufre de bronquitis conjuntivitis, enfisema, asma bronquial, o enfermedad cardiovascular. Se encuentra en: cerveza, refrescos, frutas secas, jugos, licores, vino, vinagre, y productos de patata.
10. Bromato de potasio
Un aditivo que se utiliza para aumentar el volumen de un poco de harina blanca, pan y bollos, bromato de potasio se sabe que causa cáncer en animales. Incluso pequeñas cantidades de pan, puede crear problemas para los seres humanos. Se encuentra en: pan
Por: Bosch Laurentine diez
http://www.hungryforchange.tv
Extraído de:
http://www.laguiasana.com/10-aditivos-alimentarios-para-evitar/

Aspartamo

Por el Dr. Gabriel Cousens
El aspartamo, del cual se pensaba que era un buen endulzante para los diabéticos por su bajo contenido glicémico y calórico, está en realidad vinculado con la activación de la diabetes.

Según un estudio dirigido por el Dr. H. J. Roberts, un experto en diabetes, miembro de la ADA y especialista en endulzantes artificiales, el aspartamo produce diabetes, empeora el control de la enfermedad en los diabéticos que están bajo medicación oral o de insulina, provoca convulsiones y agrava las complicaciones de la diabetes como las retinopatías, cataratas, neuropatías y gastroparesis.
El Dr. Roberts descubrió que “la pérdida del control diabético, la intensificación de la hipoglicemia, la ocurrencia de presumibles reacciones a la insulina (como convulsiones) prueban ser reacciones al aspartamo, lo mismo que la precipitación, agravamiento o estimulación de las complicaciones diabéticas (especialmente daños oculares y neuropatías) al utilizar estos productos”. (59)
El Dr. Russell Blaylock, autor de Health and Nutrition Secrets, dice: “Los diabéticos que toman grandes cantidades de bebidas endulzadas con aspartamo tienen más probabilidades de quedar ciegos. El aspartamo está compuesto por la excitotoxina ácido aspártico, fenilalanina y metanol, una toxina que ataca los ojos.”
(59) Sheela, C G, y Augusti, K T.”Antidiabetic effects of S-ally cysteine sulphoxide isolated from garlic Allium sativum Linn.” Ind J Exper Biol, 1992, 30:523-526.


Cereales, refinados y edulcorantes


Tal como sucede con las proteínas, estamos sometidos a un excesivo consumo, y sobre todo de pésima calidad. El enorme consumo de azúcares refinados (desprovistos de su fibra asociada en el alimento original), genera gran cantidad de problemas en el organismo, que por mecanismos interactivos terminan creando la llamada resistencia a la insulina.


Todo comienza cuando aparece alto nivel de azúcar en sangre, generalmente tras la ingesta de carbohidratos refinados. Entonces el organismo dispara la elevación del nivel de insulina circulante. La insulina es considerada la hormona madre”, ya que fue la primera en ser sintetizada por los organismos vivos y es aquella que permitió la supervivencia en antiguas épocas de carencias y excesos alimentarios, por su capacidad de convertir en reserva los excedentes nutricionales, entre ellos, el azúcar.

Pequeña parte del azúcar en exceso se convierte en glicógeno (reserva hepática) y la mayoría en grasa saturada. Pero la alta concentración de insulina circulante (mediador para que el azúcar atraviese la membrana celular) es registrado por las células como algo tóxico y generan una respuesta defensiva, reduciendo la actividad receptora (la membrana celular se hace “impermeable”). Es allí cuando se habla de “resistencia a la insulina”.


Muchas células se hacen resistentes a la insulina, entre ellas las del hígado en primer término, por lo cual esto se convierte en un factor clave del colapso hepático. Este exceso de insulina circulante genera gran cantidad de problemas, además de desorden del azúcar en sangre (hiper/hipoglucemia) y la malfunción hepática y pancreática: baja el nivel de magnesio, hay vasoconstricción (hipertensión), retención de líquidos, se disparan los triglicéridos y el colesterol, aumenta la formación de placa arterial y la coagulación sanguínea, se estimula la proliferación celular (células tumorales), la T4 no se puede convertir eficientemente en T3 (desorden tiroideo), se descontrola el equilibrio hormonal, el metabolismo del calcio en los huesos se altera (osteoporosis) y se evidencia un envejecimiento prematuro.


La resistencia a la insulina se transfiere placentariamente al feto, naciendo el niño condicionado por este desorden (en mayor proporción las niñas), lo cual explica la pandemia de diabetes de adulto en infantes. Y todo esto se agrava siguiendo los consejos de la ortodoxa “pirámide nutricional” que pone a los carbohidratos en la base: más azúcares, más grasa y más resistencia a la insulina. Ni hablar del efecto contraproducente de los edulcorantes que, como vimos, disparan aún más el nivel de insulina en sangre.

Un par de datos para cuestionar la real necesidad fisiológica de azúcares en la dieta. En primer lugar, el fin evolutivo de esta antiquísima hormona era garantizar la supervivencia, almacenando excedentes en épocas donde se alternaba abundancia y grandes carencias. El azúcar es apenas uno de esos nutrientes y evolutivamente su exceso nunca fue un problema, visto que el cuerpo dispone de una única hormona para bajar su nivel en sangre: la insulina.

En contrapartida tenemos cantidad y variedad de hormonas para elevar el nivel de azúcar en caso de necesidad (cortisona, hormona de crecimiento, epinefrina, glucagón), a partir de músculo y grasas. Tal como lo señala el Dr. Rosedale, nuestra fisiología es más eficiente generando azúcar a partir de proteínas y lípidos, que desde carbohidratos. Esto determina la dificultosa y problemática adaptación del cuerpo frente a una excesiva y constante presencia de hidratos de carbono; y para peor refinados, como es característica de nuestra moderna alimentación.

Tal como veremos, otro motivo que explica el fuerte consumo de azúcares y grasas en forma combinada, es nuestra inconsciente necesidad de generar opiáceos cerebrales internos (endorfinas). Eso es fácil de visualizar: cuando nos sentimos “caídos” o deprimidos no nos devoramos una planta de apio, sino una buena torta, una barra de chocolate o unas ricas facturas; elementos que agravan el problema del exceso de azúcar en sangre y la resistencia a la insulina.

Cereales: poco saludables


Introducidos en la dieta humana hace 8.000 años como alimentos de supervivencia, los cereales se convirtieron últimamente en sinónimo de “vida sana”. Precisamente las personas deseosas de mejorar sus problemas de salud, abandonando el consumo cárnico, adoptaron a estos granos como expresión del alimento saludable por excelencia.

Obviamente que industria y ciencia colaboraron significativamente a la construcción de este paradigma equivocado, que posee grandes lagunas, a veces poco conocidas y aún menos difundidas. La facilidad de producción y almacenaje, sumada a la componente adictiva, terminó por conformar la base de este postulado alimentario que conviene revisar, por el bien de nuestra salud.


En primer lugar, los granos con alto contenido en almidón (forma práctica de considerar a los cereales) no están adaptados a nuestra fisiología digestiva y metabólica. Hemos visto que los humanos no disponemos de las características digestivas de las aves, principales animales granívoros. Aunque el hombre, por cuestiones de supervivencia desarrolló mecanismos (molienda, leudado, cocción) para suplir la ausencia de buche y estómago molturador, no puede resolver cuestiones que a la larga afectan su salud.

Al recurrir a la cocción como mecanismo para convertir el indigesto almidón en azúcares simples asimilables, se genera la inevitable pérdida del paquete enzimático que naturalmente acompaña al almidón en el interior del grano. Esta carencia debe ser compensada por el aporte de enzimas orgánicas, lo cual estresa al páncreas cuando la demanda es cotidiana y abundante.

Al hablar de enzimas veremos el ejemplo del estudio filipino, donde comunidades religiosas exclusivamente alimentadas con arroz cocido mostraban una hipertrofia del páncreas (25 a 50%) respecto a la población normal. Y el ser humano “normal” en cuanto a consumo habitual de alimentos cocidos, ya presenta un páncreas 2 a 3 veces más grande y pesado que los demás mamíferos; que obviamente en estado natural desconocen la diabetes.

Además, este tipo de desdoblamiento genera otros problemas. Por un lado requiere gran inversión energética externa (combustibles) y orgánica (proceso digestivo); aspecto, este último, que debilita el cuerpo con el paso de los años. En la segunda parte del libro, veremos que estas transformaciones pueden hacerse en forma más eficiente mediante la germinación de los granos, evitándose los problemas que veremos a continuación.

Los almidones crudos


El almidón es uno de los elementos más abundante en la nutrición humana, dada su importante presencia en granos (cereales, legumbres) y tubérculos (papa) de consumo masivo. Concebido por los vegetales como nutriente de reserva, se utiliza en la dieta humana como principal carbohidrato generador de combustión celular.

Sin embargo, si no se cumplen determinadas condiciones metabólicas, el almidón se convierte en importante fuente de toxemia corporal. Dicha situación es favorecida por la excesiva permeabilidad intestinal, que permite el rápido paso de las moléculas intactas de almidón al flujo sanguíneo, causando gran cantidad de enfermedades crónicas. Dada la amplitud del tema y su tratamiento en otras publicaciones, resumiremos aquí solo algunos conceptos básicos.


A la par de las alteraciones genéticas en los cereales, se fueron popularizando la molienda y la producción de harinas, “perfeccionándose” los procesos industriales, hasta llegar a la moderna harina blanca súper fina (00000) del último siglo y las inmaculadas e impalpables maicenas. Esta tecnología provocó que los almidones queden sin sus sinérgicos acompañantes en la semilla (germen, fibra, minerales, proteínas, vitaminas y las imprescindibles enzimas), dependiendo totalmente de condiciones esenciales para el desdoblamiento en azúcares simples: hidratación, cocción, masticación, aporte enzimático, flora intestinal equilibrada…

Hoy día los modernos y eficientes procesos industriales de panificación no toman en cuenta estos requisitos claves. Con el desarrollo de la premezclas de harina, que ya incluyen los leudantes rápidos y los aditivos mejoradores, la hidratación es fugaz. A ello se suma la cocción ultra rápida de los hornos eléctricos que manejan elevadas temperaturas. Todo esto no solo ocurre en las grandes fábricas, sino también en las pequeñas panaderías o pizzerías de barrio, con lo cual el problema se masifica espectacularmente, al ser los panificados de altísimo consumo.

La deficiente masticación (e insalivación), el reducido aporte enzimático (ausencia de crudos y fermentos naturales), el desorden de la flora intestinal y la permeabilidad de la mucosa, generan el resto. Como lo señala el Prof. Prokop de la Humboldt Universitat de Berlín (Alemania): “se pueden encontrar gránulos de almidón en la sangre, minutos o media hora después de la ingesta“. Al no ser solubles en sangre, el organismo detecta estas moléculas como sustancias tóxicas, lo cual genera: micro embolias, muerte neuronal, coagulación, hemorroides, cálculos, hígado graso, moco, tumores…

El nutricionista estadounidense Wes Peterson realiza un atinado razonamiento sobre este problema: “Para evitar absorber gránulos intactos de almidón, tóxicos para el organismo, el alimento feculento debe cocinarse en agua hasta formar una masa homogénea de consistencia blanda. Sin embargo, la cocción transforma el alimento en una sustancia patológica, artificial y extraña, desordena su estructura y su patrón energético, destruye su fuerza vital, daña y altera nutrientes, elimina enzimas y vitaminas, y crea nuevas sustancias tóxicas. Dado que el cuerpo humano utiliza los almidones a través de un complicado proceso que es sólo parcialmente efectivo, ¿por qué no considerar la posibilidad de cubrir las necesidades de hidratos de carbono consumiendo por ejemplo frutas frescas, que ya contienen azúcares simples, fáciles de digerir? No necesitamos almidones para nada y podemos tener mejor salud sin ellos”.

El azúcar en sangre


Pero aún cuando el desdoblamiento de los almidones se haga en forma correcta, la elevada densidad en materia de carbohidratos que tienen los cereales, resulta inadecuada para nuestra fisiología. Recordemos que los granos amiláceos están en un promedio del 70% del peso seco en azúcares, con picos de 78 a 75% en el arroz, según sea blanco o integral.


Cuando ingieren granos amiláceos, los granívoros ponen en marcha mecanismos fisiológicos adecuados al torrente de azúcares que circula en sangre. En primer lugar las aves hacen un gran consumo de energía en actividades exigentes como el vuelo. Por otra parte, disponen de una estructura cardiopulmonar de alta eficiencia, que les permite resolver dos cuestiones básicas: mantener semejante cantidad de azúcar en movimiento u atender la elevada demanda gaseosa del metabolismo de los hidratos de carbono.

El ser humano es sedentario y no realiza (menos hoy día) esfuerzos que por intensidad y duración demanden tanta energía como el vuelo de las aves. Esto trae aparejada la necesidad de disipar el exceso de azúcar circulante, por lo cual se advierte abundante calor en el cuerpo tras su consumo. Esto acarrea hiperactividad del páncreas, que debe poner en marcha, con el auxilio del hígado, un mecanismo para convertir rápidamente el azúcar simple en glucógeno de reserva. Este proceso debe invertirse nuevamente en caso de necesidad, volviendo a convertirse el azúcar de reserva (glucógeno) en azúcar simple (glucosa).

El carbono y el hidrógeno que componen las cadenas de los azúcares, terminan convirtiéndose (por oxidación) en dióxido de carbono (CO2) y agua (H2O). La cantidad de oxígeno necesaria para llevar adelante el metabolismo gaseoso, exige al sistema respiratorio de manera continua. Por esa razón los pájaros están dotados de los sacos aéreos, especies de estructuras suplementarias de los pulmones, que les permiten almacenar e insuflar el suplemento de oxígeno necesario para la oxidación del abundante volumen de carbono e hidrógeno circulante en sangre.

También las aves disponen de un órgano eficaz y resistente para hacer circular con rapidez y durante largo tiempo la sangre rica en azúcar. Nos referimos a la bomba cardiaca, que alcanza en el caso de la paloma, al 10% de su peso. Es como si un ser humano de 70kg tuviese un corazón de 7kg.

El aparato cardiopulmonar humano es sometido a dura exigencia tras una comida de cereales. En el caso de personas sedentarias, esto generará una demanda energética y una toxemia adicional, que a largo plazo termina desvitalizando al individuo. La fatiga y el desgaste cardiopulmonar son moneda corriente en los grandes consumidores de cereales. Esto es fácil de comprobar, a través de la amplificación del pulso cardíaco durante la digestión, aumentando las pulsaciones como si se hiciese un ejercicio físico importante.

Todo esto se agrava notablemente por un detalle no menor. Nadie consume solo cereales. Los alimentos feculentos se acompañan generalmente con alimentos incompatibles con las necesidades digestivas del metabolismo amiláceo. Tal como veremos luego a nivel enzimático, la digestión de los almidones requiere un ámbito alcalino, mientras que se acompañan normalmente con alimentos ácidos (como cárnicos y lácteos), generándose obvias dificultades digestivas, ulterior demanda energética y consecuente incremento de toxemia.

Aunque con algunas diferencias, esto puede aplicarse al consumo de otros granos amiláceos como las legumbres. Al elevado contenido de almidón (60%), se agrega la presencia de proteínas (más del 20%), lo cual los hace de digestión difícil, sobre todo en las poco recomendables combinaciones habituales. Tal como citamos antes, el proceso de germinación se convierte en una alternativa de consumo más lógica y eficiente, sobre todo en el caso de individuos con desorden de salud.

Esto no quiere decir que no puedan consumirse cereales, pero es obvio que una persona debilitada o enferma, tendrá grandes mejoras en su estado de salud si prescinde del consumo de alimentos amiláceos como los cereales, sobre todo cocidos y mal combinados, aún cuando sean integrales y orgánicos. Esto último morigera en parte otro de los grandes problemas que afecta al moderno consumidor de cereales: la refinación.

Refinados: problemas masificados


Es uno de los procesos más antiguos que realizó el hombre, en su afán por disponer de alimentos más “pulcros y puros”. Inconscientemente es algo que practicamos en casa cuando, por ejemplo, hacemos un jugo y obtenemos un líquido, “evitando” de ese modo la materia sólida o fibrosa de la fruta, sinérgica con el jugo.

Según la Real Academia, refinar es “hacer más fino o más puro algo, separando las materias heterogéneas o groseras”. El problema de la refinación moderna es que, en base a sofisticadas tecnologías, hemos accedido a grados de pureza casi absolutos (harina, azúcar, sal). Durante décadas se consideró a esta “pulcritud” como un logro, al cual inicialmente solo accedían las clases altas.

La masificación industrial hizo que los “inmaculados y deseados” refinados traspusieran las barreras sociales y llegasen a los estratos más humildes, en gran volumen y a bajo precio. Sin embargo, esto que puede parecer progreso y benéfica opulencia, se ha convertido en causa principal de nuestros problemas de salud. Y no solo por carencia de fibra, como veremos luego.

Primero por moda, luego por intereses comerciales, lo cierto es que el blanqueo de los cereales se masificó rápidamente. Un dato que ayuda a comprender por qué se hace: cuando las harinas se elaboran con el grano entero y sin proceso de refinación (integrales) deben consumirse en pocos días por la oxidación de los vitales componentes grasos presentes en el germen de la semilla. En cambio las harinas refinadas pueden ser almacenadas durante meses sin problemas, dado que han sido privadas del germen, precisamente para evitar el enranciamiento de su sensible materia grasa.

La ausencia de fibra, principal víctima de la refinación, además de generar estreñimiento, provoca otro efecto más grave para la salud y el estrés: el incremento de la velocidad con que los azúcares pasan a la sangre. Siendo un tema complejo, podemos sintetizarlo diciendo que la fibra cumple la función de reducir el ritmo de transferencia de los azúcares al flujo sanguíneo.

El término fibra es mucho más amplio que el salvado celulósico (fibra insoluble) y abarca cantidad de compuestos solubles en agua (fibra soluble) que cumplen el benéfico y fisiológico efecto amortiguador”, que evita los picos de glucosa en sangre. La diferente reacción del cuerpo frente a un jugo centrifugado (sin fibra) y a una zanahoria masticada (con fibra) es ejemplo elocuente. Imaginemos lo que sucede en una dieta moderna, totalmente basada en carbohidratos refinados.

La abundancia de azúcar en sangre, desencadena una serie de reacciones hormonales y glandulares, necesarias para su compensación. Estas complejas reacciones, más conocidas a partir del término “resistencia a la insulina”, estresan y agotan ciertas glándulas endocrinas, como el páncreas y las suprarrenales, creando desórdenes que afectan al cuerpo (inflamaciones, retención de líquidos, rigidez) y a las emociones (ansiedad, irritabilidad, hiperactividad, depresión).

Con el tiempo, esto se convierte en factor causal, tanto de diabetes (exceso de glucosa en sangre), como de la poca diagnosticada hipoglucemia (carencia de azúcar en sangre). Mientras el primer problema es detectable, el último pasa desapercibido para la medicina tradicional, pero afecta a la mayor parte de la población.

Algunos refinados ejemplares


Una vez más vale remarcar que el daño de los refinados esta dado por su consumo regular, masivo, abundante y cotidiano. Los ingerimos 365 días al año y hasta 5 veces por día, sin tomar consciencia de ello. Basta fijarnos en un restaurante, en un comedor o en una heladera familiar.

Las gaseosas son un buen ejemplo para visualizar que significan los refinados. Las estadísticas nacionales de consumo, similares a otros países americanos como México, hablan de un litro diario por habitante. Habida cuenta que no todos tomamos gaseosas, esto implica valores individuales aún más altos. Pero conservadoramente, pensemos solo en lo que ingerimos con un litro de gaseosa.

Se han llegado a encontrar hasta 110 gramos de azúcar por litro. Pruebe esa cantidad de azúcar en agua: verá que la vomita, al no soportar tanto sabor dulce. Por ello se le adicionan unos 115mg de sal (cloruro de sodio), a fin que el dulzor sea tolerable. Y luego vienen los demás ingredientes: ácido fosfórico (corrosivo), colorantes y una serie de aditivos químicos nada saludables.

Para colmo, esa cantidad de azúcar no es sacarosa, sino un endulzante más barato e insano: el jarabe de maíz de alta fructuosa ó JMAF, obtenido por hidrólisis del almidón de maíz. Dado que la fructuosa es el azúcar de las frutas, mucha gente cree que el JMAF es saludable, e incluso se recomienda a diabéticos. Pero la realidad es otra. Al comer frutas, la fructuosa ingresa al cuerpo acompañada de fibra y otros fitonutrientes del fruto, que modulan y amortiguan su paso al flujo sanguíneo.

Al consumir JMAF refinado, no hay freno” y se observa una rápida absorción a nivel celular, convirtiéndose en una fuente incontrolada de carbono, que a su vez se transforma en colesterol y triglicéridos. Esto da lugar a la génesis del “hígado graso”, dado que la fructosa es un azúcar que se metaboliza a nivel hepático. Otro problema esencial del JMAF es que su ingesta no activa los controles cerebrales de saciedad (como ocurre con otros azúcares), por lo cual su consumo genera más apetito.

Los copos de maíz representan otro ejemplo de alimento refinado “modelo”. Considerado por muchos como saludable fuente de cereales para el desayuno, la realidad nos dice otra cosa. Los copos se obtienen a partir de harina de cereales refinada, con escaso remojo y breve cocción (proceso de “salpicado” sobre planchas eléctricas calientes), lo cual genera la crujiente estructura amilácea que consumimos en crudo.

Pero lo “fuerte” de los copos está en el azúcar: hay cajas que llegan a tener 46 gramos de azúcar cada 100 de producto (casi la mitad de su peso). Y 100 gramos de copos son rápidamente devorados en un tazón de desayuno. Además podemos encontrar hasta 3 gramos de sal (cloruro de sodio) en dicho tazón, lo cual supone la máxima ingesta diaria recomendada para niños de 6 años. Y todavía falta la lista de margarinas, colorantes, emulsionantes y demás aditivos químicos. Todo ello, unido a una publicidad que induce al consumo infantil por medio de juguetes y personajes de ficción. Esto fue denunciado por Consumers International, que encontró elevado contenido de azúcar en envases de todo el mundo (40% en Brasil, 39% en Italia, 38% en Argentina), valores que no deberían estar por encima del 15%.

Otros alimentos cotidianos con fuerte carga de refinados son los polvos para chocolatadas (75% de azúcar), las gelatinas (95% de carbohidratos refinados) y los helados. Estos últimos acaso más peligrosos por su alto volumen de consumo; en helados encontramos desde un 35% de azúcar a nivel artesanal, a índices mayores a nivel industrial. Esto se hace para compensar la disminuida percepción del sabor a causa del frío, con un ingrediente de bajo costo.

Edulcorantes: reemplazos obesogénicos


Así como se busca “emparchar” las carencias que genera la refinación con agregados, con los edulcorantes no calóricos se busca “remendar” el desorden generado por la avalancha de azúcar en sangre. El mensaje suena atractivo: reemplace azúcar por edulcorante y problema resuelto. Fácil para el consumidor y lucrativo para la industria del “diet”. Pero la realidad no es tan simple.

En primer lugar, se generaron endulzantes de síntesis química, de probado efecto tóxico. Nuestro Código Alimentario autoriza el uso de sacarina, ciclamato y aspartame. Sobre este último existen infinidad de estudios que demuestran su toxicidad. Sobre el ciclamato, sus probados efectos cancerígenos han generado su prohibición en países del primer mundo, como Estados Unidos. También la sacarina ha sido prohibida en países como Francia y Canadá.

Más allá de los efectos cancerígenos y neurológicos, otro “problema” de los edulcorantes sintéticos es que son más baratos que el azúcar y por tanto se utilizan a destajo por una cuestión de menor costo final. Esto expone a grandes grupos de consumidores (cuidadosos de su salud o incautos) a la ingesta de altas cantidades (“total es light”) de innecesarias sustancias ensuciantes. Este riesgo se magnifica en los niños, quienes por su menor masa corporal, arriban con mayor rapidez a los umbrales de toxicidad.

Aparentemente todo estaba resuelto con la “aparición” de un edulcorante vegetal: la yerba dulce (stevia rebaudiana) que los indígenas guaraníes recolectaban en el monte. En este caso, si bien surgieron las clásicas refinaciones para disponer solamente del principio endulzante puro (esteviósido), es posible acceder a sus formas más naturales (hierba, extractos integrales).

Sin embargo, sintéticos, refinados o naturales, los edulcorantes no calóricos, como los define la ley, comparten una característica: “engañan” al cuerpo. Al aparecer el sabor dulce, el organismo pone en marcha una serie de mecanismos de preparación para metabolizar los azúcares que se avecinan (secreción de mensajeros y hormonas, como la insulina).

Pero luego del sabor dulce, los carbohidratos no llegan y el circuito queda trabajando en vacío, con el consiguiente daño para el cuerpo. La insulina circulante en sangre actúa sobre el habitual azúcar de reserva, generando hipoglucemia y el consecuente “apetito”. O sea que lejos de resolver el problema, los edulcorantes aumentan la toxemia, la ansiedad… y la obesidad!!!

No por caso los pragmáticos criadores alemanes de cerdos usan la sacarina como agente de engorde, por su efecto obesogénico. Un reciente estudio estadounidense demostró que la ingesta cotidiana de gaseosas dietincrementan un 67% el riesgo de desarrollar diabetes tipo II (de adulto) y generan otras alteraciones metabólicas.

Y no olvidemos la masiva exposición a estos compuestos. Recientemente una investigación de la Charité Universitätsmedizin de Berlín, alertó sobre los problemas del edulcorante sorbitol (E420), muy usado en golosinas y alimentos dietéticos. El sorbitol se absorbe muy mal en el intestino. Cantidades relativamente pequeñas (4 chicles lights) causan síntomas gastrointestinales como gases, hinchazón y calambres intestinales, en función de la cantidad ingerida. Dosis más altas pueden causar diarrea osmótica… casi nada, comparado con los efectos del ciclamato o el aspartame…




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